martes, 10 de junio de 2014

NO HUBO COPA

La idea parecía perfecta. Después de 12 años de continuidad con programas importantes de transferencia de renta, que llevaron 32 millones de brasileños a la clase media, Brasil estaría en condiciones de mostrar al mundo su nueva imagen. Sería la consagración del país delante del escenario internacional.

Enseñaríamos un Brasil alegre, orgulloso de sí mismo, donde empresas y trabajadores cantan de manos dadas el himno nacional y se consideran socios en un nuevo y radiante momento de desarrollo. Publicitarios estarían a puestos para movilizar afectos de superación entre un gol y otro de Coca-Cola. Nada más que sonrisas en el aire.

Esa era la verdadera función de la Copa Mundial: Completar la narrativa política de la transformación nacional apelando al acogimiento de la mira extranjera.

Bien, el problema es que no hubo Copa. Hubo partidos, un campeón, estadios en Brasília, Cuiabá e Manaus, pero no hubo Copa. No solamente porque apareció una otra imagen del país: esa de la nación que se estancó en un punto en el cual el desarrollo no logra transformarse en calidad efectiva de vida. Punto en el cual operarios son muertos en construcciones como algo que, en las palabras de Pelé, "sí pasa", casi como una ley de la naturaleza. La verdad, no hubo Copa del Mundo porque el pueblo brasileño se movió.

El pueblo tenía un lugar previamente definido. Su función era celebrar y aclamar. Con casas pintadas de verde y amarillo y, como se dice, con su "alegría contagiosa", el pueblo brasileño debería abrazar su nuevo lugar en el mundo. Pero algo salió definitivamente del lugar. El enorme contingente policial-militar armado para impedir que el pueblo salga de la coreografía de la felicidad impuesta y la brutalidad gubernamental contra huelguistas, como vemos una vez más en São Paulo, todo está ahí para que no se pueda rechazar. 

No, el pueblo brasileño no está feliz, pues se siente como alguien que tuvo su pasión usada por otros.

Señal de los tiempos.

En el llamado "país del fútbol", por la primera vez una Copa del Mundo no traerá dividendos políticos, pero enseñará una población consciente del intento de espoliar sus sueños. Población cuya revuelta puede explotar a cualquier momento, de la forma más inesperada posible, aunque sea gobernada por personas que nada más tienen a ofrecer que no sea la policía.
Algo cambió de manera profunda, pero los publicitarios, estrategas y políticos no se dieron cuenta. No hay gran evento que pueda ocultar el desencanto de un pueblo.

Por eso, nada más honesto que decir: no hubo Copa. Y quien más ganó con eso fue Brasil.

Imagen de fecha/autor desconocido

Texto original de Vladimir Safatle, traducido al español.

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